Hace pocos días comentaba con mi amigo Andrés Olalla aventuras de cuando era pequeño, para ponerlas en contraposición con la vida de los niños de la actualidad, algo más de 30 años nos separan.
En concreto comentaba algo tan extremo, que visto con la razón del tiempo es una auténtica locura, como cuando un vecino con el que jugábamos se encontró en las inmediaciones de nuestra vivienda una granada de mortero, de unos 30 centímetros, de largo de la Guerra Civil, proveniente de un parapeto subterráneo de armamento instalado en el patio de juego de nuestras casas.
Después de jugar un poco con él, pese a estar muy oxidado como es lógico, se deshicieron aunque desconozco dónde lo echaron. Esta es una situación muy anormal para unos niños, pero a ella ese contrapone otra que considero también anormal, aunque menos peligrosa seguro, y es la que viven muchos niños en la actualidad, no todos, a los que se cuida entre algodones, que tienen que ir a clase en coche o transporte escolar pese a vivir no muy lejos del colegio. Para nosotros era un extra que alguien nos llevase a clase en coche, estando el colegio a la misma distancia que ahora, ya podía llover o nevar, jamás nos pasó nada y eso que tampoco los abrigos eran tan buenos como los de ahora.
Otra cosa que no se poseía de manera generalizada, y que es muy común en la actualidad, son las cámaras de fotos gracias a las cuales podíamos tener un recuerdo de esos años, algo que en el presente es muy fácil, pero que el excesivo proteccionismo de los niños hace que no se puedan ver, que sea incluso ilegal ver publicadas fotos de niños en las calles o en los colegios, hay que preservar tanto tanto la intimidad que cuando podemos ver una foto de un niño en su actividad normal es solamente porque están con los políticos de turno, en ese momento todo vale.
Entre la falta de intromisión de los mayores en el caso anómalo de la bomba de mortero y la prohibición paternal de tomar fotos a los niños tiene que haber un punto de acuerdo en el que se respete la intimidad pero que sea posible que la sociedad conozca, por el valor que tienen las imágenes sobre todo revalorizadas por el tiempo, cómo es la vida de sus ciudadanos, qué actividades se hacían y dónde jugaban o estudiaban.
Existir, existen en la actualidad las imágenes, pero están todas celosamente guardadas de entrar en la historia de nuestra sociedad, sólo el tiempo las podrá hacer formar parte del bien colectivo. Bien es cierto que hay momentos para la privacidad que hay que respetar, que deben permanecer en los álbumes familiares como destino final, que sólo serán mostradas en contadas ocasiones.
Como ejemplo de esas buenas imágenes tenemos la fantástica foto del maestro
Henri Cartier-Bresson
tomada en la Rue Moffetard donde se ve a un niño llevar dos botellas en brazos, con una cara de felicidad y poderío que ha convertido la escena en toda una obra de arte, como así es considerada y luce decorando muchas habitaciones. Esa imagen es irrepetible en la actualidad, enseguida colisionan los derechos, muchas veces sobre protectores, de los padres o tutores con la aportación que haría la escena al colectivo general. Seguro que a todos nos hubiese gustado ser ese niño que ha pasado a la historia de la fotografía gracias a poderse publicar sin que esto ofenda a su privacidad y al derecho a respetar su imagen.